viernes, 11 de junio de 2010

Destino continental

A menos que ocurra un notable imprevisto, el candidato a la presidencia de Colombia Juan Manuel Santos dormirá en la Casa de Nariño a partir del próximo 7 de agosto. La distancia entre él y su principal contrincante, el profesor Antanas Mockus, es tan grande --ampliada aún más por las encuestas de los últimos días que le adjudican a Santos el 61% de la intención del voto frente al 29% del ex alcalde de Bogotá-- que su triunfo en la segunda vuelta electoral del 20 de este mes ya ni siquiera se discute. Mockus pierde y pierde, entre otras cosas, por payaso, por ridículo.
El voto por Santos se ha dicho que es un voto por un tercer mandato de Uribe, pero también lo es a favor de la gravedad y de la seriedad que Santos encarna y que Mockus niega. Este último pertenece --por estilo, si no por ideología-- al club de Manuel Antonio Noriega, Abdalá Bucaram y Hugo Chávez, entre los histriones latinoamericanos más estridentes de los últimos tiempos. La mayoría de los colombianos quieren un tipo serio al frente de su país, y hacen bien.

De acuerdo en esto, creo que los colombianos, y muchos latinoamericanos, esperan --esperamos-- algo más del presidente Juan Manuel Santos, algo más que un Uribe por otros medios, por muchos méritos que el mandatario saliente de Colombia pueda tener.

El próximo presidente colombiano tendrá entre sus primeros deberes --más allá de proseguir e intensificar la campaña contra la guerrilla terrorista de las FARC, de combatir al narcotráfico y las bandas de paramilitares que aún sobrevivan y de perseguir la corrupción que todavía contamina muchas esferas del gobierno-- el de plantarle cara al matón del vecindario con mucha más firmeza y menos suavidad de modales que Uribe.

Hugo Chávez es un incordio continental y, por cercanía, poderío militar y definición ideológica, le corresponde al nuevo líder de Colombia ponerlo en su sitio para bien de la estabilidad regional.
Alvaro Uribe, hombre fino por naturaleza, ha sido, en mi opinión, demasiado tolerante y conciliador con los insultos, denuncias calumniosas y amenazas de Chávez --para no contar a sus patéticos segundones: Correa, Morales y ese homúnculo de Ortega que parece acabado de sacar de una alcantarilla.

Una y otra vez Chávez ha acusado a los colombianos de agresión, una y otra vez se ha probado la complicidad del gobierno de Venezuela con los bandidos que asuelan a Colombia desde hace casi medio siglo, una y otra vez ha interferido el aprendiz de dictador en los asuntos internos de la nación vecina. Y las mismas veces, luego de protestar y de dolerse de esa actitud, Uribe ha vuelto a tenderle la mano al facineroso de al lado, quien se refrena durante cinco minutos para luego volver a emprender su canallesca sarta de improperios y su traicionera intromisión.

Yo espero que Santos no imite esa conducta franciscana de Uribe, que serviría para ganarle méritos en el cielo, pero que no es la más aconsejable para Latinoamérica, una región que al presente parece descarrilada por un populismo delirante que fomenta la arbitrariedad, la ineficacia y la coacción en nombre de una ideología cuyo fracaso no conoce excepciones. El nuevo presidente de Colombia no sólo debe mostrarse mucho más firme y --por qué no-- belicoso frente a Chávez, sino que está llamado por el propio momento histórico de su elección a convertirse en el campeón del antichavismo y a liderar las fuerzas continentales que ven en el agitador venezolano un peligroso factor de desestabilización.

Son muchos los que ya consideran a Venezuela un Estado terrorista y fallido, aliado de los peores enemigos de la democracia, que no cesa de aumentar su aparato militar al tiempo que se desliza aceleradamente hacia el despotismo y se hunde en la corrupción. El chavismo hace mucho que ha dejado de ser un problema estrictamente venezolano para convertirse en un peligro internacional que exige ser enfrentado y contenido y, en la medida en que las circunstancias lo permitan, destruido. Y nadie más idóneo que el próximo presidente de Colombia para encabezar esa misión.

Juan Manuel Santos podría creer que este destino continental excede a sus funciones y sobrepasa su estatura, y que valdría la pena, al llegar a la presidencia, apostar de nuevo por los gestos conciliadores y el discurso de la convivencia fraterna.

Lamentablemente, no es ese el lenguaje que Chávez y sus secuaces entienden, y tal actitud daría los mismos frutos que los buenos modales de Uribe: un acrecentamiento de la injerencia desfachatada y del insulto cotidiano de que Colombia y otras naciones han sido víctimas en el último decenio.

Creo, de veras, que el momento exige del próximo mandatario colombiano una posición mucho más enérgica frente a los desmanes del chavismo. En consecuencia, esperemos que la próxima vez que el gobierno colombiano tienda la mano hacia Venezuela sea para romperle el hocico y las fauces al cerdo que intenta convertir toda la región en su chiquero.

Por VICENTE ECHERRI.

No hay comentarios:

Publicar un comentario