domingo, 13 de junio de 2010

En la mala

ESTADOS UNIDOS: Barack Obama vive días difíciles. Su pobre manejo del derrame de petróleo en el Golfo de México es el mayor de una serie de problemas que lo tienen cercado. 

Casi un año y medio después de haber tomado posesión como presidente de Estados Unidos, Barack Obama pasa por uno de sus peores momentos. El hombre más poderoso del mundo se encuentra cercado por los problemas. 

El principal ha sido su incapacidad para controlar la crisis por el derrame de petróleo en el Golfo de México. Por eso lo comparan ya con Jimmy Carter, que a finales de 1980 perdió las elecciones con el republicano Ronald Reagan por no haber podido enfrentar la crisis de los rehenes en Irán. También le reprochan su manejo del desempleo, el pobre desempeño de sus aliados en las recientes elecciones primarias al Senado y su falta de temple ante las últimas acciones de Israel. 

El vertido de crudo tras la explosión el 20 de abril de la plataforma petrolera Deepwater Horizon de la British Petroleum (BP) se ha llevado por delante varios puntos de la popularidad de Obama. Así lo evidencian las últimas encuestas de la semana pasada. La de Gallup afirma que el 48 por ciento de los norteamericanos desaprueban la gestión del Presidente, mientras que el 45 por ciento la respalda. La de Rasmussen deja claro un margen de mayor desaprobación: el 54 por ciento contra el 46 a favor. Inquietante. Pero eso no es raro si se tienen en cuenta tanto la magnitud del derrame como la reacción de Obama.

A la hora de hacerle frente al desastre, el Presidente ha llegado tarde y mal. Es verdad que ha viajado tres veces a las costas de Luisiana y que ha mantenido contacto con los subalternos encargados, pero no ha sido suficiente. Inicialmente, el gobierno se comió el cuento de la BP según el cual el tubo roto dejaba escapar a diario un máximo de 1.500 barriles de crudo. Luego corrigió el error, pero con otro: afirmó que la cantidad de petróleo que brotaba desde el fondo del mar era de entre 10.000 y 19.000 barriles. Y ahora, mes y medio después, el cálculo más aproximado habla de 25.000.

Semejante cantidad ha hecho palidecer la peor tragedia ecológica de la historia reciente de Estados Unidos, la del Exxon Valdez, el buque petrolero de bandera gringa que en 1989 se estrelló contra un iceberg en las costas de Alaska, por lo que 37.000 toneladas de crudo fueron a parar a aguas del Atlántico. El daño generado por la plataforma de la BP puede alcanzar niveles muy superiores y afectar zonas muy habitadas, con daños cuyo costo será posible estimar. Eso motivó además al gobierno de Obama a proponerle al Congreso que elimine la ley por la que se fija una sanción máxima a las petroleras de 75 millones de dólares en eventos como el del Golfo de México.

Ni siquiera eso satisfizo a los gringos que ya ven a Obama fuera de foco. Cómo será el estado de indignación de la gente, que tampoco causó buena impresión la entrevista que el Presidente le dio el 8 de junio al canal MSNBC cuando dijo que hace un mes había hablado personalmente con los pescadores del lugar y que se había reunido con expertos "no porque se trate de un seminario de universidad sino porque estos tipos son los que saben a quién hay que darle una patada en el culo". Para nadie era un secreto que se refería a Tony Hayward, el presidente de la petrolera inglesa.

Para un analista tan serio como Bill Schneider, de Politico, el famoso portal de Internet, Obama se ha equivocado porque, "aunque un presidente no tenga el control de los acontecimientos" tal como ocurre en la actualidad, "tiene que dar la impresión de que lo está". Schneider traza un paralelo de Obama con Carter, que tras la toma de la embajada gringa en Teherán el 4 de noviembre de 1979 no fue capaz de lograr la liberación de más de 50 rehenes que volvieron a la libertad 444 días más tarde, pocas horas después de la posesión de Ronald Reagan. La conclusión, según este analista es que la crisis del Golfo de México es como la de los rehenes para este Presidente, y Obama es el Carter del siglo XXI. Otros observadores asimilan la crisis del Golfo con la que tras el huracán Katrina sufrió por su mal manejo George W. Bush en 2005.

Pero el derrame de la BP no es el único frente que tiene abierto en casa Barack Obama. El desempleo, que ha cedido un poco, roza un preocupante 10 por ciento. En los últimos días, no obstante, lo peor no ha sido eso. Lo más grave ha sido que a principios de junio el gobierno difundió como un triunfo la creación en mayo de 431.000 puestos de trabajo, con tan mala suerte que 24 horas después, ante el acoso de diarios como The New York Times, debió reconocer que, de esa cantidad, 411.000 eran cargos establecidos por el Censo para hacer el conteo del número de habitantes. Vergonzoso.

Y como los problemas no llegan solos, los sondeos pronostican que el Partido Demócrata de Obama puede perder las elecciones legislativas a principios de noviembre, cuando se renueven los 435 escaños de la Cámara de Representantes y un tercio de los 100 del Senado. De ser así, Obama perdería las mayorías en el Capitolio y quedaría en manos de los republicanos. Pero aun si no las perdiera, el panorama no pinta bien para él, cuyos amigos, en las elecciones primarias al Senado celebradas por cada partido en distintos estados, lo han hecho muy mal.

La semana pasada, por ejemplo, Arlen Specter, senador de Pensilvania a quien había respaldado Obama, perdió ante su copartidario Joe Sestack. Y en Arkansas la senadora Blanche Lincoln venció al también demócrata Bill Halter, respaldado por el Presidente y por Bill Clinton. Y hay más. Otro resultado que debe quitarle el sueño al inquilino de la Casa Blanca fue el de Kentucky, donde en el bando republicano barrió Rand Paul, del ultraderechista Tea Party (Partido del Té). Todo lo anterior significa que en noviembre lo más probable es que aumenten su votación los republicanos radicales que gustan de Sarah Palin y los demócratas que no gustan tanto de Obama.

Un problema adicional para el Presidente tiene que ver con la política de inmigración tras la ley de Arizona firmada por la gobernadora republicana Jan Brewer a finales de abril. La norma criminalizó a los indocumentados y suscitó una ola de manifestaciones en todo el país. Obama rechazó el contenido de la ley y anunció que la demandará ante la Corte Suprema de Justicia, pero ha sido incapaz de lograr respaldos legislativos para implantar una verdadera reforma nacional sobre un asunto que atañe a más de 15 millones de personas.

¿Y en el exterior? Sobresalen dos líos. El primero ha sido la falta de una solución a la crisis del enriquecimiento de uranio en Irán, y el segundo la falta de contundencia en la condena a Israel tras el abordaje sangriento a la Florilla de la Libertad el 31 de mayo, hecho que cobró más de diez vidas. Es verdad que el lobby judío influye en Washington, pero también es cierto que Obama debería ponerse los pantalones y no desentonar en el coro universal que le reprocha ese acto al gobierno de Benjamin Netanyahu.

Pero en medio de este mar de críticas también hay voces que defienden a Obama en Estados Unidos. Aparte de aplaudirlo por haber sacado adelante su plan estrella, que era la reforma a la Sanidad y la reforma al sistema financiero, columnistas como Paul Starobin de The Washington Post sostienen sencillamente que Obama "no es Supermán" y que ni siquiera Franklin Delano Roosevelt, el mejor presidente gringo del siglo XX, habría podido con tanto lío. "Solo una economía de guerra consiguió que sacara al país adelante", añade y pide paciencia. No es fácil. Obama vive una mala hora y, a cinco meses de elecciones, la cosa puede empeorar.

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